Guerrero Diana

Diana Griselda Guerrero, filósofa y ensayista, autora de por lo menos un libro: Roberto Arlt, el habitante solitario, editado por la editorial Granica, en la colección “El Juguete Rabioso”, en mayo de 1972 (reeditado por Catálogos, colección “Las Armas de la Crítica”, 1986). También escribió varios fascículos del Centro Editor de América Latina, como “El Mayo Francés” y “La larga marcha”. Era hija de Luis Beltrán Guerrero, profesor de la Facultad de Filosofía de la UBA. Fue secuestrada, el 27 de julio de 1976, de su domicilio en la calle Charcas y llevada al “Pozo de Banfield”, luego a la Escuela de Mecánica de la Armada, y de allí arrojada en un Vuelo de la Muerte sobre el Río de la Plata.

Arlt, el habitante solitario

Introducción al universo arltiano

“¿Qué es lo que he hecho de mi vida?” El personaje arltiano adulto se hace continuamente esta pregunta, intentando responder a la angustia que le produce la contradicción entre su vida real y sus aspiraciones personales. Hubiera querido ser “puro”, inventor, vivir una vida poblada de acontecimientos siempre distintos e inesperados, y no es nada más que un hombre cobarde y aburrido.

Sin embargo, no puede ser de otro modo. La imagen íntima de sí mismo y la impuesta por la sociedad están en colusión. El personaje no puede ni imponer objetivamente aquello que quiere ser, ni resignarse a ser lo que es, aunque tampoco puede rechazar esto último, porque implicaría poner en cuestión la sociedad en su conjunto y, más específicamente, su clase social. Se encuentra apresado dentro de una situación insoluble: quiere ser inventor –esto es, independiente, creador, vivir una vida no contaminada por la mezquindad, la hipocresía y el aburrimiento pequeñoburgueses, purificada de la sexualidad sórdida de su clase y, en última instancia, de toda sexualidad– y de hecho es un pequeñoburgués.

Enemigo de su clase por cuanto le impide ser inventor –insistimos: todo lo que este proyecto implica–, le es imposible oponerse a los principios abstractos, a la moral irrealizada que la rige. La contradicción entre sus aspiraciones personales y su realidad social que las niega y degrada no puede resolverse y, en consecuencia, él no se realiza humanamente. No tiene para oponer a su imagen social más que una aspiración irrealizable. Sólo le queda entonces solicitar el reconocimiento de su imposibilidad de llegar a ser un hombre según él cree que un hombre debe ser, ideal que es lo opuesto a su realidad efectiva. Su persona social niega, a sus ojos, su persona íntima; pero, incapaz de formular otro proyecto como alternativa, deberá asumir su realidad degradada, es decir, la imagen que otros le imponen de sí mismo. La interiorización de su imagen social –para él, el despojo de sí mismo– lo hace sentirse humillado.

Se asume como un hombre humillado, pero no se resigna a serlo y mantiene dolorosamente la conciencia de la contradicción en la que se basa su estado. Se exhibe ante sí mismo y ante los otros como tal, a fin de que lo reconozcan poseedor de aspiraciones más dignas que las efectuadas por él. Mostrarse como un humillado significa probar que no renunció a sus derechos humanos y, a la vez, que es consciente de no realizarlos. Su orgullo lo obliga, por lo tanto, a no olvidarse ni por un momento de su humillación. Saberse frustrado, degradado en sus posibilidades, no poder hacer nada para dejar de serlo, ser confusamente consciente de su responsabilidad personal en la situación son fuentes continuas de dolor y angustia.

El personaje, empero, no puede volverse contra el dolor y la angustia. Tal actitud indicaría que se resignó a ser como es o, situación imposible –salvo instantes puntuales–, que logró efectuar sus aspiraciones y coincidir con ellas.

Sufrir su humillación, estar vuelto constantemente hacia ella, escarbar sin cesar en su dolor, exponerlo ante los otros son las “acciones” del personaje arltiano, quien deliberadamente realizará sólo aquellos actos que acentúan su degradación. De otro modo, o bien sería un hombre no humillado o bien ocultaría su condición y por lo tanto sería un hipócrita. El personaje hará entonces todo lo necesario a fin de coincidir enteramente con su condición o no olvidarse nunca de ella. Sus acciones serán creadoras de más dolor por cuanto actualizan incesantemente la contradicción en que se debate. Empero, es humillado porque no puede rebelarse contra su imagen social, puesto que acepta los principios morales abstractos –irrealizados e irrealizables– de su clase.

Según estos valores, y por lo tanto para sí mismo, se siente un pecador, un hombre malo y culpable. Así sus actos serán malos, serán pecados, y los vivirá con dolor y culpa.

Su angustia, consecuencia de su vida disociada, lo impulsará a realizar acciones creadoras de más angustia. No realizar valores respetados lo conduce a infringirlos cada vez más o, lo que es lo mismo, ser un hombre degradado lo conduce a degradarse cada vez más. 

En síntesis, el personaje sólo podría ser un pequeñoburguésés hipócrita como todos (en cuanto se ocultan que viven sin realizar los principios a los que dicen adherir), o un pequeñoburguésés no hipócrita, es decir, consciente de su degradación, reivindicándola y afirmándola en cada uno de sus actos y sufriendo el dolor de actuar así. Pero no es posible ser un pequeñoburguésés no hipócrita, ya que esta condición consiste precisamente en ocultar su verdad, en la contradicción entre su materialidad y los valores que supuestamente debe realizar. Por eso, el enlace imposible de estos dos términos lo conducirá a sentir que la conciencia del funcionamiento efectivo de su clase le impide permanecer en ella. Abandonarla sería “caer” en una clase inferior. La posibilidad de hallar su reencuentro consigo mismo a través del proyecto revolucionario le está vedada. También lo está el acceso al “mundo de los ricos” supuestamente no humillado, ya que no se ingresa en él mediante dinero ganado con esfuerzo.

La perspectiva de que se realice la verdad de su condición social y de “caer” por lo tanto en el mundo del lumpenproletariado le resultará horrorosa: en él resolvería la contradicción, pero abandonando para siempre su calidad de hombre, puesto que ella se define por los principios de su clase.

Es decir que el personaje buscará algún modo de escapar a su condición concreta de pequeñoburguésés, pero esto implica, como consecuencia necesaria para quien es consciente de sus contradicciones, la caída definitiva fuera de lo humano.

Describiendo esta empresa, asistiremos al despliege de la personalidad humillada –cuya constitución o confirmación sucesiva seguiremos a lo largo de los años de juventud– y del mundo que se ordena desde ella.


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