Leyendo

Del primer escritor al último lector

Del primer escritor al último lector

Allá por noviembre de 1991 en el hotel del Bosque de Pinamar, nos reunimos un grupo de escritores a hablar de la tradición literaria argentina.  La posición de Ricardo era que Facundo era la primera novela argentina.

Entre esas ponencias, Ricardo comienza la suya con una breve introducción y dice que su texto, es un texto en marcha, un texto autobiográfico que se titula El primer escritor, y es sobre Sarmiento.

En su ponencia, Ricardo argumenta que “Hablar de Sarmiento escritor es hablar de la imposibilidad  de ser un escritor en la argentina del siglo XIX. Primer problema hay que ver en esa imposibilidad es el estado de una literatura que no tiene autonomía: la política invade todo, no hay espacio, las practicas están mezcladas, no se puede ser solamente un escritor.”

Ricardo  señala cómo la escritura de Sarmiento está fechada: 1838-1852. Y cuenta que una noche, después de la caída de Rosas,  Sarmiento va a Palermo toma papel de la mesa de Rosas y con una de sus plumas  escribe cuatro palabras a sus amigos de Chile con esta fecha: Palermo de San Benito,  febrero de 1852. Dice Ricardo: “Momento decisivo,  gesto simbólico, la escritura ha llegado  al lugar del poder: a partir de ahí casi no habrá espacio, ni separación, ni  lugar para la literatura”.

El primer escritor, si  leemos las argumentaciones de  Renzi, ya estaba en Respiración Artificial, cuando éste habla del corte entre Civilización y barbarie,  tópico que, desde que fue escrito, ha desvelado a los escritores argentinos, desde Borges hasta Viñas. La frase indica que los barbaros no saben leer en francés y Renzi se detiene en el epígrafe “Las ideas no se matan” que inaugura el Facundo: “Sarmiento escribe entonces en francés una cita  que atribuye a Fourtol, si bien Groussac se apresura, con la amabilidad que le conocemos, a hacer notar que Sarmiento se equivoca la frase no es de Fourtol, es de Volney. O sea, dice Renzi, que la literatura argentina se inicia con una cita en francés, que es una cita falsa, equivocada. Sarmiento cita mal”.

Renzi y Piglia, los dos cómo lectores, indican en su lectura dos instancias inaugurales en que se funda la literatura argentina. La primera,  Sarmiento: El primer escritor, la segunda: la cita errónea.

En un reportaje de diciembre de 1980 en el diario Convicción con motivo de la publicación de Respiración artificial, Piglia se detiene  en un sobreentendido, el lugar común: Arlt escribe mal, opuesto a otro lugar común: Borges escribe bien. Se detiene para disolverlo: “Es obvio que para mí, no tiene sentido que Arlt escribe mal, tengo al estilo de Arlt, junto con el de Sarmiento y Borges, como uno de los grandes estilos  que ha producido este país”.

Se construyen entonces dos  lugares desde donde Piglia va a leer críticamente  la tradición que le antecede y en  cómo se va a entrometer en ella: citar mal, escribir mal. Es decir, dos cuestiones que afectan al estilo, si siguiendo la estilística tomamos el estilo como un desvío de la norma.

Piglia en El último lector, y siendo consecuente con Renzi, escribe acerca del lector inventado por Borges en ese universo saturado de libros que son la biblioteca y la tradición. Y se refiere a la libertad con que Borges usa los textos, y su disposición  a leer según,  su interés y necesidad. Piglia define  la invención borgeana en estos términos: “Cierta arbitrariedad, cierta inclinación deliberada a leer mal, a leer fuera de lugar, a relacionar series imposibles. La marca de esta autonomía absoluta del lector en Borges es el efecto de ficción que produce la lectura”. Yo, a esta lectura ectópica, fuera de lugar la llamo un desvío por el estilo.

Renzi dice, la cita falsa, no equivocada y su aclaración nos abre a otra posibilidad diferente de leer la literatura. La cita falsa la podemos incluir como una anomalía, en el sentido de una nueva formación en las atribuciones erróneas. Esa cita falsa es la  marca de autonomía del lector que, como advertimos, Piglia reconoce en Borges. Entonces tanto, la cita falsa como Nombre Falso, son un efecto de ficción.

Esta manera de leer, como se puede apreciar, rescata a la literatura ya sea en el campo de la escritura o de la lectura, sus dos campos de combate, de una crítica  que pretende arrebatarla  de su lugar ectópico por excelencia y confinarla en un territorio moral que encuentra su límite en el buen o mal estilo, en la buena o mala lectura.

En El último Lector, Piglia  nos cuenta una anécdota que  Baigorria escribe en sus Memorias, las que cuenta en tercera persona: “Tenía un ejemplar con falta de hojas de Facundo de  Sarmiento que  era su lectura favorita  y lo apasionaba. Este libro le había sido regalado por un capitanejo que saqueó una galera en la villa de Achiras “.

Esto lo lleva a una serie de preguntas. La primera: ¿qué es un lector en medio del desierto? La segunda, ¿qué estatuto literario darle a ese ejemplar del Facundo publicado en Chile tres años antes? La tercera: ¿En qué manos anduvo, y donde se perdieron las páginas que le faltan y qué significaba ese libro para los ranqueles que decidieron levantarlo entre los restos de una matanza y llevárselo a Baigorria?

En otros texto de Piglia, El escritor como lector, encontramos una respuesta: “Los libros recorren largas distancias, Hay una cuestión geográfica  en la circulación de la literatura, una cuestión de mapas y fronteras, ciertas rutas que lleva tiempo recorrer. Y quizás, algo de la calidad de los textos tienen que ver con esa lentitud para llegar a destino”.

La pregunta: ¿qué es un lector?, es también la manera de interrogarse  sobre cómo le llegan los libros a un lector,  en cómo se narra la entrada a los textos. Por supuesto que hay algo de azar. Pero Piglia enumera esas entradas:  Libros encontrados, prestados,  robados,  heredados saqueados por los indios, salvados de un naufragio como en el caso de la biblia de Robinson Crusoe. Esa es la biblioteca y la manera de leer de Piglia.

Piglia es un hombre atravesado por la literatura. Y eso me consta. Voy a relatar dos anécdotas de nuestra amistad.

Yo estaba escribiendo una novela que se llamó En el corazón de junio,  que rozaba lateralmente  la biografía de Rodolfo Wilcock. Entonces  pasa Ricardo por la librería y me trae el recorte de un diario con la noticia de que  Wilcock, quien padecía de una afección cardíaca, se había muerto rodeado de libros de medicina  sobre el corazón.

¿Es necesario aclarar que no estoy hablando de mí?

La otra anécdota también habla de algo parecido. Me acuerdo que yo estaba escribiendo mi novela Cuerpo velado y uno de sus personajes  trabajaba en un cementerio, y he que ahí, que un día aparece Ricardo por la librería con un reportaje a unos sepultureros que trabajaban en la Chacharita publicado en la revista Crisis .Ya que estamos  con los personajes de los sepultureros, vayamos a cómo Piglia sitúa las escenas de lectura en Hamlet.

En El último lector, Piglia anota  que Hamlet entra en la escena leyendo un libro. Aclara que como lectores, no sabemos qué libro lee, tampoco interesa y hasta Hamlet descarta la importancia del contenido. Polonio le pregunta qué está leyendo: “Palabras, palabras, palabras,” contesta Hamlet. El libro está vacío,  lo que importa es el acto mismo de leer.

Es cierto. Si uno recala en isla de Morel. Se encuentra con otra invención. El personaje de la novela de Bioy Casares, antes de ser devorado por la máquina diabólica que hay en la isla, se la pasa largas horas fascinado contemplando al Faustine que está leyendo un libro. El lector nunca se entera ni del título ni del contenido del libro, y  esto no tiene importancia.

Fui indicando solo algunas  preguntas que se van sucediendo en El último lector. ¿Qué es un lector? ¿Qué es ese ejemplar de Facundo?  ¿Qué es el acto de leer para un escritor?

En  El escritor como lector cuando se refiere a uno de sus escritores preferidos, Gombrowicz,  encontramos una respuesta: “La lectura para el escritor  actúa en el presente, está fechada  y su presencia en el tiempo tiene la fuerza de un acontecimiento, pero a la vez es siempre es inactual, está desajustada, fuera de tiempo.”

Faltaría agregar a la lista dos  preguntas que están en El último lector.

En lo que hace a la primera: ¿cuáles son las escenas de lectura? , ya  sabemos que  Baigoria leía en el desierto a la luz  de la llama. Pero en esta instancia, Piglia incluye en la escena a la cautiva como lectora, se refiere a  la amante que vive con Baigorria en la toldería que es una actriz. Ella agrega a la lista una imagen del último lector: la que no quiere decir su nombre. Esta hermosa actriz-lectora, es posible imaginar que haya representado algún personaje shakepereano, por qué no, Hamlet en la compañía teatral itinerante en las giras por las provincias.

Dejé para el final, la segunda pregunta: ¿Qué es un lector puro?  Yo considero que Ricardo es un lector puro. No porque resigne lo espurio de cada lectura, sino por el contrario. Piglia  habla del lector adicto, del lector insomne, el que está siempre despierto, se podría agregar a su lista: “el lector siempre desierto”,  y que son personificaciones del lector en la historia de la literatura.  A esos lectores, los llama lectores puros: para ellos, la lectura no es solo una práctica sino un modo o de vida. Desde que lo conozco, antes de conocerlo, por las marcas que leí en los libros de su biblioteca  puedo decir sin pudor a la pureza, que Piglia es un lector puro. Lo digo en ese sentido,  con todo el peso intelectual de la palabra: Piglia es un hombre de letras.

Si el escritor  es un accidente de la lengua, un gerundio: y si el lector es un efecto de ficción, Piglia lo es, en los dos casos ya que se pasó y se pasa la vida leyendo y  escribiendo. Es decir: un modo de vida.

Esta manera de leer la práctica también en Respiración artificial, los diarios de Renzi o en El último lector. Leyendo esos libros, uno se da cuenta de algo muy simple. Piglia, a la manera borgeana, inventa un lector, el último. Y da entonces en el corazón de la cuestión. En el corazón, quiere decir que se trata de una lectura viva que late y está latente. No está museificada.

Y esta latencia, esta manera de leer y de vivir, la encuentro en el comienzo del primer tomo de los  diarios de Renzi, Los años de formación, cuando cuenta una escena de lectura de su infancia.  En la anécdota, el abuelo lo sorprende a Renzi en condición de nieto con un libro en la mano: “Y yo estaba ahí en el umbral, haciéndome ver, cuando de pronto  una larga sombra se inclinó, y me dijo que tenía el  libro al revés”. Los dos tenían razón: el acto de leer es poner las cosas al revés.

Imagino entonces que esta ocasión, la que nos reúne, es una forma de volver a aquella escena de la infancia en el umbral de su casa cuando Renzi todavía era nieto; la prueba insoslayable de aquella manera de leer al revés, es que hoy, Piglia, como abuelo, ha elegido a  su nieta, Shasha, para que reciba este premio.

Luis Gusmán


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